lunes, 9 de agosto de 2010

Ni un resquicio en el infinito

Y un día se dio cuenta que ya nada lo motivaba, escarbó en las inmensidades del silencio buscando un indicio de aquello que alguna vez existió y que había perdido en el hueco vacío de un lugar invisible.
La motivación esquivaba a su vida desde hacía días, años, siglos quizás, no recordaba el tiempo que hacia que se encontraba sumido en esa quietud mental, no encontraba en su memoria fragmentos de los tiempos felices que sabía había vivido en épocas que a esta altura parecían remotos.
Un día se dio cuenta que ya nada le encantaba, se había dejado llevar por placeres mundanos, lo había engatusado el lujo y la comodidad y había sucumbido en la oscura soledad de un sistema que nada le ofrecía mas allá del dinero.
Todo en el era un prototipo de hombre moderno, sus hábitos, sus formas, sus expresiones. Se mostraba seguro y feliz para un mundo que por momentos lo veía como un triunfador. Su apariencia no tenía reflejo en su interior, oscuro, vacío, solitario.
Y un día se dio cuenta que nada lo motivaba, el sol se apagó dentro suyo y no encontró la perilla que encendería nuevamente la luz. A tientas intentó encontrar el camino que lo llevara a la alegría que sabía alguna vez había tenido, pero ya nunca halló el camino de regreso. Se hundió en sus propias banalidades y no le quedó más que padecer el peso de los días venideros. Supo que ya nunca encontraría la forma de volver a aquel idealismo de juventud, a aquellas risas frescas de adolescente. Se había encerrado en un círculo vicioso que no tenía puerta de emergencia.
Se había condenado un día y para siempre a existir en un mundo en el que la compañía no llena la soledad, porque la belleza está en un papel y no en una mirada…