martes, 8 de junio de 2010

Delirios

Movió el dial de la radio, despacio, muy despacio giró aquella maldita rueda que jamás conseguía ubicar en el lugar exacto. El temido ruido de la interferencia inundó la habitación, salió del parlante con la potencia de una turba iracunda de fieras salvajes, su mente dejo de responderle, cayó al suelo hipnotizado por aquel ruido infernal y el delirio le ganó a la razón…
Cerró los ojos con fuerza, giró sin sentido en el suelo y de su mente comenzaron a escapar como flashes imágenes escondidas en los más recónditos lugares de su sistema psíquico… era chiquito, muy chiquito, su manito se extendía buscando un helado que jamás alcanzaba, alguien se lo alejaba, se estiraba hasta el límite de lo probable hasta que por fin conseguía el objetivo de obtener el objeto deseado, una vez en su mano ya no era un helado, era un cuchillo filoso que amenazaba con cortarle alguna parte de su cuerpo, lo soltó y empezó a correr…
Corría atormentado hacía ningún lugar un perro con una cara muy familiar lo perseguía, quería atraparlo, matarlo, morderlo. No conseguía descifrar de quién era la cara de su perseguidor, el susto no lo dejaba pensar…
Aceleró su marcha y miró para atrás, ya no había nada, ya no había nadie. Se vio de golpe en la orilla de un lago, el reflejo de su rostro en el agua le devolvió una cara juvenil. Los granos de su cara reflejaban su adolescencia. Miró del otro lado del agua el auto que su padre había sabido tener, se dio cuenta que el lugar era aquel del accidente. Se tiró desesperado creyendo que quizás si evitaba que tome la curva a toda velocidad podía con ello evitar el destino fatal que le había deparado. Nadaba lo más rápido que podía. De golpe algo lo tomaba de los tobillos y le impedía avanzar. Lucho contra la fuerza invisible que lo retenía, apretó los dientes y prosiguió su marcha. Al llegar del otro lado se encontró de golpe en la sala velatoria…
Un lágrima gruesa apareció en su rostro, volvió a sentir el vacio de la pérdida. Salió a la calle, hizo dos pasos y miro para atrás, allí estaba ella, radiante, hermosa, cantando con una dulzura infinita “Let it be”, sus problemas se desvanecían en su voz. Todo había desaparecido, la tierra se había esfumado bajo sus píes y solo existían ella y su voz. Su voz de ángel cada vez se iba escuchando mas lejana, mas distante, ella como todo se iba esfumando hasta desaparecer y de nuevo solo, sin nada ni nadie en que apoyarse.
Comenzó a caer, caía sin remedio y sin consuelo. Sabía que en un momento se encontraría con el suelo y el golpe iba a doler quizás mas de lo que él fuera capaz de soportar. Esperó un impacto que nunca llegó, buscó un milagro que nunca encontró y allí se quedó, solo y flotando en la inmensidad, lindante al abismo, distante del infierno, esquivo al paraíso. Allí pasaría la eternidad vagando por la intrascendencia eterna a que lo había llevado su vida terrenal.
Su cuerpo fue, la tarde siguiente, encontrado por el dueño de la pensión que habitaba junto a una radio sin pilas. El informe del forense estableció que había sufrido una convulsión proseguida por un paro cardíaco. Nadie lloró su muerte, nadie siquiera se detuvo a pensar en que la vida de un pobre hombre había llegado a su fin en el frío piso de una húmeda pensión…

lunes, 7 de junio de 2010

Amores que matan, verdades que duelen

Otra vez tu voz en mi teléfono. Volvían las excusas, los gritos, los perdones… que te quiero no es noticia, pero que te extraño no es verdad, no tenía ganas de escucharte ni de explicarte nada, no tenía ganas de hablarte ni de contestarte.
Otra vez tu voz en el teléfono, siempre igual, todo igual, todo lo mismo. Nada nuevo salía de tus expresiones, nada nuevo salía de mi mente. El final era una realidad y las reconciliaciones solo generaban crisis más agudas. Ya de nada servía volver a intentar lo que ya habíamos intentado más de las veces recomendadas por el sentido común.
La conversación deambulaba por aseveraciones carentes de sentido. Ninguno tenía nada nuevo que decir ni nada nuevo que escuchar. Otra vez mi voz en tu teléfono, siempre igual, todo igual, todo lo mismo…
Pasaban los minutos y lentamente se iba acabando la paciencia de parte mía, de parte tuya, de parte nuestra. Que me querías no era noticia, que me extrañabas no era verdad. Un capricho mutuo alimentaba nuestra relación y aquel día los dos supimos que todo había llegado a su fin.
Esperé el final de tu oración. Respiré profundo, pensé bien lo que iba a decir y comencé a hablar con la tranquilidad que tienen aquellos que se saben seguros de lo que quieren y de lo que dicen, te llamé por el disminutivo de tu nombre intentando apaciguar lo que sería el final de mi frase y proseguí, “desde el día que te conocí fuiste una persona muy importante en mi vida,” dije calmado, “pero a esta altura del partido considero necesario que sepas que a pesar de esa importancia nunca fuiste la única persona que tuvo mi vida. Perdóname pero esa es la verdad,” dicho esto solo escuché un doloroso insulto que llegó a mi oído precediendo el tono que significaba indefectiblemente el fin de la conversación y el fin definitivo de nuestra relación…